45. Antecedentes Post Verano.

Cuando el otoño llega a la ciudad condal un sentimiento desértico iba llenando calles y avenidas. Era la rutina planeando sobre los tejados catalanes. Todo el mundo con algo en mente. Daba la sensación de que Septiembre era en realidad un epilogo de Enero. Un mes totalmente secundario. Un pre aviso para los propósitos. Las aulas se llenaban de niños ansiosos de más cloro. Los gimnasios tenían que negar nuevas matriculaciones porque todas las bicicletas estaban ocupadas.
Lejano a todo eso se encontraba otro sector de población. Uno menos glamuroso. Encabezado por un servidor. Esa gente que vivía en alcantarillas mundanas, a la espera de que los excesos del verano se calmaran con la llegada de un año de terapia para des precintar.

En mi caso otoño era también sinónimo de cambios. Reconozco que solo en el campo estilístico. Un color de pelo nuevo. Nueva cosmética para curar 3 meses de ausencia de crema solar. Y sobretodo una ocupación para no tener tiempo de ocuparme de lo que verdaderamente importaba. Mi vida emocional.
Cuando has pasado los 20 pero te falta (poco) para llegar a los 25, tu vida esta vacía. Se supone que con 23 años tienes que estar licenciado en una carrera mediocre como magisterio. O que ya llevas 3 años de relación estable y tienes que cortar o plantearte que a los 26 estarás dando el Si quiero.
En mi caso nada de eso rellenaba mi currículo vitalicio. No tenia estudios formalizados (acabados) era un escéptico en cuanto a invertir tiempo en relaciones amorosas. Y sobre mi planeaba el vivir en el ecuador de una crisis existencial. Mi cuerpo sentía la (necesidad) y ausencia de bebidas alcohólicas. Pero llevaba demasiado tiempo seco para estropearlo.

Otoño no era sinónimo de drogas. Y una de dos, o empezaba a encontrar con que rellenar mis días lluviosos, o se me haría muy larga la espera entre una sesión de terapia y la siguiente. Mirándome al espejo me daba cuenta de que ya no tenia la necesidad de antaño. Mi pelo ya no exigía cepillados diarios, y me daba igual salir a la calle sin lavarme los dientes.
Recordé que una chica que acudía a terapia me explico en una ocasión, que se dio cuenta de que tenia una depresión cuando hacia 3 semanas que no se daba un baño. Evite ponerme nostálgico. Al menos no delante del espejo. Tarde demasiado en sacarme el hábito de ensayar caras para situaciones mundanas delante de un espejo.

Mis pasos paseando por la habitación eran mecánicos y previsibles. El aburrimiento prometía no abandonarme como lo había echo la toalla al empezar el otoño. Odiaba demasiado la playa para echarla de menos. Y consideraba las piscinas nidos de bacterias para esperar la primavera nadando en una piscina climatizada.
¿De quien era la culpa entonces? Si miraba atrás podía darme cuenta que mía. Pero no me interesaba. No ahora que empezaba a salir de esa crisis de identidad. Necesitaba una razón para romper un espejo, tirar 20 Vogue seguidos por la ventana.

No tenía el corazón roto. Nadie me había engañado. La muerte no me amenazaba atado en una cama. Era una impresión propia. Las ganas de que algo malo me sucediera para merecer realmente una terapia psicológica. Tal vez mi mente era dañina consigo misma. Hacia tiempo que había asumido que era carne de comunidad terapéutica. Acabaría en una de ellas todos los veranos de mi vida. Evitando pensar en una botella de Jack Danield’s.

El alcohol fuera de mi sangre me hacia sentir culpable. Pero si lo involucraba en mi vida no haría más que condenarme. Defraudaría a la poca gente que creía en mí. Y no era un lujo que pudiera permitirme.
Abrí un cajón en busca de algo que calmara mi jaqueca. Solo encontré fotografías. Viejas y estúpidas. En todas ellas amistades que ya no estaban en mi vida, mientras en un rincón yo yacía en el suelo encharcado en mi propio vomito, eso si; sin soltar la botella.
Furiosamente fui pasando las fotos una a una. En todas era evidente mi estado mas ebrio. De repente una pena muy grande me lleno por dentro. Recordaba perfectamente que antes de salir con todas esas personas (por pura competición) me peinaba y escogía ropa durante largas horas. Me exigía mucho a mi mismo. Y total, ¿para que? Para acabar tirado en el suelo. Zarandeando bolsas muy caras llenas de billetes para gastar en mi auto destrucción.

Solo era un vil estafador social. Todo en mi había sido falso. Nunca quise a esas personas. Jamás me apeteció salir o saber de ellas. Pero era eso o quedarme en casa solo. Por suerte o por desgracia esas personas fueron abandonándome a mi suerte. Todas ellas cansadas de mí. De mi y de ver que yo solo servía para pasármelo bien.

La culpa (sin duda alguna) era mía. Pero no podía caer en estúpidas reclamaciones a mi mismo. No era justo que llorara gastando energía en algo que tuvo que pasar. Algo que ya paso, y que me había prometido a mi mismo que no tenía que volver a pasar.
Mirando por la ventana me di cuenta de que mi habitación tenía una bonita decoración para convertirse en mi celda. No merecía la luz del sol, tampoco tenía a nadie con quien salir, y ahora que Ricochet y Pelayo tenían sus vidas, no podía exigirles nada.
Se rindieron. No pudieron seguir parándose en sus caminos para recogerme. Porque cada vez que lo hacían, perdían oportunidades y personas maravillosas para sus vidas.
En parte la sensación de ser una carga me empezó a abrir los ojos. No era en una clínica donde podía empezar de nuevo. Era conmigo mismo. Me lo debía a mi mismo más que a nadie en el mundo. Por muchas promesas que hubiera hecho, no podía pasar ni un solo día mas en el que me mintiera a mi mismo.

No me había querido nunca. Me detestaba a mi mismo. Por ser un cínico, un moralista chabacano. Un idiota consumado que no veía más lejos de un estúpido libro de protocolo que ni el mismo era capaz de usar para nada que no fuera avergonzar a los demás.
De que me servía conocer todos los entresijos de la exquisita conducta social, si era el primero que no se invitaba a las fiestas (donde había alcohol) para evitarse el trago de verme hacer el ridículo. La estela de vergüenza ajena que me seguía fue suficiente para coger ese libro y las fotos y arrojarlas por la ventana. Mi nuevo yo no necesitaba en absoluto esas muletas para andar.

Fall is coming to my closet.


Cuando llegas al ecuador de la primavera, ni siquiera te planteas como serán los próximos tres meses. No me puedo quejar. Ha sido un verano de risas. Un verano de meriendas interminables. Libre de terapias, malas influencias o ganas de irse a dormir. ¿Para que es el verano si no para divertirse? El otoño pero no perdona. Ya empieza a llegar ese olor a libros nuevos. A ortodoncias olvidadas durante el periodo estival saliendo de sus fundas. Los niños guardan sus bicicletas, y pronto tendré en mis manos el Instyle de Octubre. Sera entonces cuando la lea en la sala de espera de mi terapeuta mientras en mi teléfono como fondo de pantalla la ultima foto de este verano. ¿O la primera de un otoño fabuloso?