59. Mentiras y pollo frito.

Son miles las leyendas urbanas que circulan a diario por las calles de Barcelona. Viajando en la línea roja de metro, haciendo sus compras en Vinçon e incluso parando a comer en McDonald’s.

Han aprendido a sobrevivir en el asfalto. Sin mas funcionalidad que ser la contraportada a una opinión formalizada. Tanto es así que hay gente que vive por y para dichos mentideros.

Claro que en más de una ocasión no he podido evitar preguntarme en voz alta hacia quien van dirigidas tales opiniones; como si de un calidoscopio emocional se tratase miles de puntos de vista sobre una mismo echo eclipsan tanto a volubles como seguidores de la verdad absoluta.


Al mas puro estilo sectario vivir rodeado de mentiras era cuestión de adaptación. No resultaba complicado si sabias que mentiras te convenían, luego claro estaba yo.


Bajo la bandera de la resignación miraba hacia atrás en el tiempo y solo veía cadáveres sociales. Miles de personas que en su día fueron más o menos intimas y que murieron lentamente.

No era preciso ir muy lejos en el tiempo. Mi retrospectiva rosada era capaz de ver de manera (siempre) poco objetiva como mi PDA se veía menos útil con el paso de los días. Por suerte podía sentirme satisfecho de que mi círculo social era ecléctico pero escogido. Nadie tenia nada que ver entre si, había escapado por fin de las manos de Ricochet, y habiendo defraudado a Pelayo con mi actitud no tenia por su parte mas que algún mail rancio.


Ellos dos se marcharon de mi vida, llevándose la poca salud mental que me quedaba. Ahora solo tenia poder empezar de cero y la sensación de que (como siempre) esta vez seria distinto.


Con dos rupturas a mis espaldas, una metamorfosis creativa se cernía sobre mi. Ocupando el lugar que hasta hacia poco las crisis existenciales rellenaban. Era la primera vez durante mucho tiempo que no me sentía descatalogado. Me faltaba algo y eso era un amigo íntimo, parecía tan fácil como conocer a alguien interesante y ponerlo como intimo en prácticas. ¿Que podía perder?

Era cuestión de saber estar. Y sentado en mi casa nunca encontraría aquel chico que me hiciera sentirme bien. Así que me puse mis gafas de carey y deje el speedy monogram en casa.


Rumbo a la biblioteca de la ESADE. Llenísima de chicos cultos listos y dispuestos a devolver el brillo a mi currículo social.

Pero como el aburrimiento llego a mí con demasiada antelación fui a dar una vuelta antes de bostezar en público. De repente un chico se acercaba a las baldas donde yo estaba apoyado. Sin pensármelo dos veces cogí el primer libro que encontré y me hice el interesante.


Cuando el chico se plantó frente a mi me preguntó si me gustaba Jodorowsky. Frunciendo el ceño le dije que no me gustaba el futbol. El chico hizo una mueca de confusión y me dejó allí sin más. Cerré el libro y vi que tenía en las manos un ejemplar de Fabulas Pánicas. ¿Que clase de gente atraería estando en la zona de libros místicos?


Cuando estaba saliendo abatido alguien grito mi nombre. Al darme la vuelta vi a Nicolás. El típico chico que se marchó de mi vida porque eligió seguir estudiando. Frente a frente nos encontramos el gris y el rosa. Dos colores que aunque no quedaran mal en conjunto tenían escrito la palabra efímero en sus destinos.


Nicolás me pregunto que hacia en la Biblioteca de la ESADE y como ni yo mismo lo sabia me derrumbe delante de él. Llorando le conté que todo era una mierda y que me costaba horrores conocer gente nueva. Sin darme cuenta le confesé que yo había elegido el peor camino, y teniendo en cuenta que siempre me había mofado de él por no querer seguir el mío Nicolás no me juzgó.


Incluso me propuso que ya que yo había pisado su terreno él quería pisar el mío. Así que nos fuimos a comer. Como no quería que nadie me saludase en McDonald’s nos fuimos al Kentucky Fried Chicken de la Rambla.


Comiendo tranquilamente pero sin dejar de mirar a mi alrededor. Lleno de familias felices, de pandillas de amigos bien avenidas, de parejas románticas que comen pollo frito.


Esa imagen frente a mí. Sin gustarme la comida, sin carme del todo bien Nicolás y teniendo delante un camino a los 25 acelerado.


No pude más y arranqué a llorar. Me daba igual romper ese clima de anuncio televisivo. Yo no era feliz, y como trastornado bordé mi papel.


Nicolás no daba crédito a mi histrionismo. Y muy flojito me dijo.

-Antoni no puedes sentirte tan culpable por comer carbo hidratos.

-No estoy llorando por eso idiota.
-¿Entonces?
-Ay Nicolás, estoy en mala racha, no sirvo para el amor, ni para la amistad. Soy un mal hijo, un mal hermano, un mal nieto, un mal vecino, un mal amigo…
-No, no lo eres.
-Voy a ser un mal padre. El pobre Gelsomino tendrá un mal padre.
-Creo que él si que tendrá mala suerte si le pones ese nombre.
-Por un momento. ¿Podrías dejar a parte tu vida perfecta y hacerme caso? No quiero terminar comiéndome todo este pollo y sintiéndome grasiento y asqueroso. Entonces si que me descatalogaran.
-Antoni, te prometo que no entiendo nada. Descatalogarte.. ¿Quién, de donde?
-Es una metáfora Nicolás.
-¿A caso tu pollo tiene algo que no lleva el mío?
-Esta mañana quise un amigo nuevo, pero Fabulas pánicas me ha jodido el plan.
-¿Te gusta Alejandro Jodorowsky?


En ese momento no pude evitar sentirme idiota. Hablando de este tema con Ricochet hubiera sido totalmente distinto. Este me hubiese dicho que no podía creer como existía gente que lee libros sin ilustraciones, con texto en todas las páginas y letra pequeña. Por lo contrario Nicolás sabia perfectamente quien era ese escritor y ahora yo era un inculto que mezclaba literatura con futbol.


Ni siquiera un nerd como Nicolás quería ser mi amigo. Estaba completamente abocado al fracaso, nunca ampliaría mi círculo social y me vería obligado a solo hablar de libros habiendo visto antes la película. Así que asumiendo mi fracaso me levante y me marche rambla abajo dejando a Nicolás con la boca abierta.

Caminando por una Barcelona llena de mentiras. Sintiendo que estaba planeando la desgracia sobre mí. Un anticipo me daba la pista de que lo peor estaba por llegar.


Era tal mi desespero que me vi corriendo rambla abajo llorando como un desquiciado, era demasiado joven para obligar a alguien a que fuera mi amigo, pero pronto me vería pagando a los demás para que no me dejaran solo.

Antes de zarandear a alguien más me fui a una cabina y llamé a Nicolás.

-¿Donde estás?

-Estoy esperándote en Kentucky.
-Pero si con el papel que hice…
-Te conozco un mínimo, sabia que volverías.
-¿Me perdonas?
-Por supuesto. Pero sin mas pollo frito, que te sienta fatal.

Frente a Nicolás no pude reprimirme y le pregunte que pensó el día que nos presentaron. Él mismo reconoció que temía que solo fuera un estúpido con demasiado dinero como para ser su amigo.


Por suerte si algo había de bueno en todo esto es que yo no era igual que cuando le conocí. Eso significaba que no era igual que ayer y por suerte ahora no era igual que seria mañana.

Era una realidad que mucha gente admiraba mi personalidad. Aunque como siempre estaba en mi mundo no solía disculparme por ser yo mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Adoro KFC. El otro día me comí el menú SnackBox en el Kentucky de Las Ramblas honor a ti :)
Se nota el cambio del blog, porque se presiente un final, un gran final, que por una parte me alegra porque tengo muchísimas ganas de saber como acaba todo (bueno, en parte lo sé, pero entiende el misterio) aunque por otra me entristece ver que el único blog que merece la pena leer llega a su fin.
Siempre te quedan alternativas como hablar de ropa, Lifestyle y protocolo :)
Besos para ti y para el futuro Gelsomino!
That's hot bitch.
Siempre tuyo, Mini T!

Anónimo dijo...

On et fiques?