59. Realidad.


La dureza que producen las decepciones no se vive igual en todas las personas. Hay quienes internan el sentimiento de rabia y lo transforman en hostilidad hacia su alrededor, otros asumen las cosas malas y las dan por merecidas. Por último estaba yo, alguien tan vago que solo me dignaba a sentarme delante de mi terapeuta a la espera de respuestas rebuscadas que solucionaran mi problema pre primaveral.

Y teniendo a mis espaldas la ruptura de mi segundo compromiso a las puertas del altar y un círculo de amigos del que quería deshacerme, precisamente no se presentaba ante mí una primavera digna de mención. Pero aunque mi terapeuta me semi solucionara la vida, mi mente no dejaba de pensar y a mi cabeza venían titulares que no me gustaban nada.
Una opción valida en un pasado no muy lejana podría haber sido la de tomar medicación suficiente como para no levantarme de la cama hasta escuchar los primeros ruidos de verano en mi calle, pero el nuevo Yo tenía la obligación de hacer bien las cosas, y esconderme no hubiese tenido ningún sentido a estas alturas del juego.

La otra cara de los problemas era mi reacción a la primavera. Vivía esos tres meses de una manera sobre actuada. La excitación recorría todo mi cuerpo y no era precisamente compatible con el coagulo emocional que reinaba mi día a día. Sincerándome conmigo mismo me di cuenta de que no tenia a nadie más dejando a un lado la terapia y sus ramificaciones. Mi vida estaba atada de manera perpetua a un botiquín lleno de medicamentos que me daban al instante todo aquello que otros no conseguían por si mismos.

¿De que me serbia tener pastillas para llorar, para dormir, para reír, para despertarme, para controlar mi ira, o despertar mi parte amable? No venían incluidas en mi genética, nadie conocía mi Yo real, solo lo que esa dieta de barbitúricos provocaba en mí. Pero como me conocía bien y tenia facilidad por culpar a objetos inanimados decidí ser sincero conmigo mismo y llamar a la persona que intento hacer de mi una persona adulta.

Esa persona era Bruno. El típico amigo inteligente y sensato que todo chico rosa tiene escondido en la lista de contactos de la PDA. Hacia demasiado tiempo que no sabía de él. Pero inexplicablemente él siempre sabía de mí. Lo que yo estaba haciendo, en que líos andaba metido o quien se acostaba conmigo.

Sin pensármelo dos veces marque su número de teléfono a la espera de que aún quisiera saber de mí. A pesar de que éramos dos homosexuales antagónicos, habíamos vivido juntos momentos que aunque no fueron precisamente rosas nos habían echo dar cuenta de que podíamos contar el uno con el otro.
Mientras mi PDA marcaba su número mi ojo derecho empezó a temblar. Un parpadeo muy fuerte que aún se acentuó mas cuando el respondió la llamada.

Un arrebato de cobardía hizo que colgara y apagara inmediatamente el gadget. Demasiadas sensaciones se agitaban dentro de mí, unas ganas de vomitar me dominaron pero se vieron interrumpidas al escuchar el teléfono del salón.
De rodillas frente al retrete supe que era la hora de afrontar mis problemas con alguien que hablaba claro y sobretodo no se prestaba a que yo practicara con él mi tan temida psicología invertida.

Efectivamente era él. Fiel como siempre había acudido a mi cuando mi debilidad lo había requerido. preguntándome como me encontraba y sin que yo tuviera casi que mediar palabra hizo lo más difícil para mí, concretar una cita.
Esa misma tarde me encontré a mi mismo enfundado en un cardigán de Kris Van Assche escondiéndome detrás de los escaparates de Pedralves center, mientras Bruno expectante aguardaba mi llegada. Cada vez que un taxi paraba él sonreía amablemente esperándome ver salir de su interior. Y no fue hasta que Bruno empezó a inquietarse mirando su reloj que mis mocasines Costume National empezaron a andar.

Cuando se giro y me vio enfrente suyo esa sonrisa que tantas veces había sacado unos minutos antes no salió a la luz. Nos dimos un abrazo incomodo y la prisa porque alguien nos viera hizo que nos alejáramos en busca de un sitio tranquilo para hablar.
Pero como nuestros gustos eran totalmente distintos terminamos comprando algo para llevar y bajamos Diagonal abajo hablando del porque de nuestra distancia.

Nunca me había quedado muy claro que sentía hacia él. Un instinto paternal recubría su mirada. Y eso me hacia sentir seguro. Pero como todos los padres también sabía dar charlas de moral y me temía que pronto empezara con una.
Hablamos de todo, de mi mal ojo eligiendo amistades, del imán que tenía para acabar con chicos que no me convenían y sobretodo hablamos de lo mucho que habíamos pensado el uno en el otro. Pero fue precisamente aquí cuando algo me hizo dar cuenta de que tal vez Bruno me miraba con otros ojos. Como si él quisiera ser ese chico definitivo con el que yo me centrara de una vez por todas. Mi corazón latía muy rápido, la sangre hervía en mis venas y mi parpado derecho volvía a cerrarse de manera intermitente. A pesar de que Bruno ya rozaba la treintena siempre me había parecido atractivo. Era un chico bastante alto, con un torso bien definido y su pelo tan ensortijado le hacía un chico tierno. Siempre sabia lo que se tenia que hacer en casos de emergencia, nunca tenia un No por respuesta y el tan temido ‘Ya te lo había dicho’ apenas se veía reflejado en su mirada.

Por un momento deje que el Antoni automático atendiera, y me vi feliz en una Barcelona distinta. Paseando al lado de Bruno, sin Ricochet ni Pelayo cerca. Con mis estudios formalizados y dedicándome a la moda. Pero tuve el tiempo suficiente para escuchar como Bruno me contaba que había conocido a alguien especial.
Con rabia contenida pero con curiosidad le pregunte como era ese chico, tan solo sonrió y dijo con voz grave. Todo lo contrario a ti.

Una semana después yo contaba esta misma historia a mi terapeuta. Sin disimular la ira, con lagrimas saladas bajando hacia mi barbilla. Odiaba con todas mis fuerzas a Bruno, pero lo que odiaba aún más es que otro chico fantástico como él estuviera también ocupado.
Eso se reducía a menos posibilidades a que yo pudiera ser por fin feliz. Solo tenía un vestidor rosado, un montón de gadgets rosados y una lista de contactos en mi PDA que no podía usar.

Ahora que mi salud mental era la protagonista yo me veía siendo el eterno secundario. Un papel sin ningún tipo de futuro que parecía ser (al fin) la autentica solución a mis problemas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te firmo desde Anónimo porque no recuerdo mi contraseña, pero es obvio que soy yo :)
El cambio de imagen es muy veraniego, me encanta! No sabes el susto que me llevé pensando que lo habias borrado jajaja

Te idolatra,
Mini Tu