28. Desde Italia con Amor.


El otro día me desperté desorientado. Unos gritos atronadores inundaban parte del vestíbulo de mi casa. Reconocí la voz de mi abuela presidiendo tal griterío. Bajé las escaleras y al llegar encontré a mi abuela discutiendo efusivamente con una amiga. Les faltaba poco para llegar a las manos. Por unas decimas de segundo, pensé en intervenir. Pero como soy afeminado para meterme en peleas, opte por desayunar en el front row del ring.

Tuve tiempo a desayunar y ojear algunas revistas. La pelea duro media hora más. Y después de esta, cuando la amiga se fue indignada dando un portazo, mi abuela me dio el veredicto.

La discusión había surgido por banalidades de la tercera edad. Si no entendí mal mi abuela se preguntaba como pudo ser amigo de alguien tan estúpido. Lo reconozco. Mi mente post adolescente jamás lograría entender sus motivos. Solo podía preguntarme; ¿Anticiparse a actos poco premeditados, era una estupidez cuando toda una vida ya giraba de por si entorno a eso mismo? ¿Y aunque así fuera, aunque mi vida entera girara entorno a una estupidez, era una garantía de futuro, correr el riesgo de intentar conciliarse con ambas partes de un mismo yo? Si algo estaba claro, es que ambas partes eran lejanas a mi Yo presente.

Vestir bien para vivir mal era mi máxima. Pero el sentido común empezaba a vislumbrarse como mi nueva Biblia. Y dejaba a Vogue en un segundo termino llamémosle mas estético.

Pero no nos vayamos mucho del tema ‘Pelea de Abuelas’ ese Versus apasionante jugaba mucho a mi favor. Nunca soporte a esa amiga cascarrabias. Era la chivata del vecindario. No podía reprimirse, y siempre que veía algo digno de chismorreo corría a soplarlo a los cuatro vientos.
Y como no, en un barrio donde nunca pasa nada. Un marica fluorescente como yo, solía acaparar la mayoría de los titulares. Mis escarceos poco discretos llegaban a oídos de mi abuela por su culpa. Y claro, las charlas en casa, eran interminables. No negare que odiaba a esa amiga soplona. Pero si la odie en todo su esplendor fue cuando se presento para el cumpleaños de mi abuela con un regalo Horrible.

Ese regalo no era otra cosa que un dálmata de porcelana a tamaño natural. Recuerdo el día que llegue a casa y vi ese dálmata. Presidiendo el Hall con mirada desafiante. Cuando le comente, la vaga posibilidad de que ese perro adornara los contenedores de la calle, mi abuela me llamo desagradecido.
Y me advirtió de que si ‘algo’ le ocurría al perrito, este seria el primer dálmata de porcelana en heredar. Pese a mi indignación momentánea, algo dentro de mí, me advirtió que mejor seria portarme bien con la nueva mascota.

Así pues, fue como empezó la odisea para odiar (en silencio) al dálmata, y como no, a la vecina. Nunca hice un comentario despectivo. Solo me conformaba en mirar al perro con cara de odio. Y cada vez que me encontraba a la vecina en el ascensor, acentuaba mi cara de yonquie. Pero no uno cualquiera, ese drogadicto que ninguna ‘Viuda de’ quiere tener en su barrio, o encontrarlo bajando las escaleras.
Paralelamente a todo esto, he de reconocer que siempre me había gustado saber que de cara a la galería siempre estaba perfecto. Pero de puertas para adentro más de una vez me invadía la sensación de no saber que hacer con mis pronósticos de cara al día de mañana. Y para que engañarnos, el hecho de tener un dálmata frío y distante como mascota no me ayudaba mucho la verdad.
Como conspirar contra un perro de porcelana era demasiado estrambótico hasta para mí, me tuve que conformar con odiarle en secreto. Pero lo que yo no sabía, es que mi paciencia pronto sería recompensada, porque al paso de los días los meses y los años un día me dio por mirar y darme cuenta de que el perro no estaba allí.


Corriendo me fui a preguntar a mi abuela el porque de su marcha y ella solo me dijo;

-Me he peleado con la hortera que me lo regalo.
-¿Y el perro donde esta ahora?
- Lo mande tirar, no quiero ver nada que me recuerde a ella.
-Ya era hora de que tiraras ese esperpento.
-No era un esperpento, era un perro precioso.
-Pues personalmente lo encontraba un perro patético.
-El día que tengas tu tú propia casa podrás poner lo que quieras.
-¿Y mientras no la tenga?
-Tendrás tiempo de ser feliz hasta que me reconcilie con esa hortera y vuelva a poner al perrito
-¿Perrito? ¡Pero si era el peor regalo que puedes hacer a alguien! A todo llamas tu amiga…
-¡Ese perro no era un descarado como tu!
-Deja de llamar perro a un trozo de porcelana por favor…
- ¡Por el amor de dios Toni ! No hables así del perro.

Tras esta discusión, me dio por pensar que un perro de porcelana sumiso era más fácil de querer que un niño de carne respondón como yo. A esas alturas del juego tenía que encontrar al perro y echarlo de casa. Siempre que no quisiera salir en el apartado de sucesos de “Gente”. Me imaginaba con una tira negra en los ojos ocultando mi rostro mientras contaba como me sentía desde que un perro de porcelana había heredado algo que me pertenecía.Pero mi abuela quería demasiado a ese perro frío que ganaba más y más puntos cada vez que yo vomitaba alcohol a las 8 de la mañana de un miércoles laboral.Como era un duelo entre él y yo opte por levantarme temprano y peinarme con la raya al lado. Me puse mi colonia masculina y baje a desayunar. Cuando mi abuela se sentó en la mesa yo estaba a la espera con la mejor de mis sonrisas. Y dando como margen de error a discusión ¡NADA !

Mi abuela me pregunto que era lo que quería con esa artimaña. Yo muy ofendido deje ver que eso era algo muy feo para un niño que se peina y bebe zumo sin vodka por las mañanas.Todo marchaba bien hasta que recordé que un simple perro no podría desbancar a un humano y menos a uno que podía resultar de porcelana si se lo proponía. Si a mi abuela le gustaban tanto los dálmatas de porcelana más le gustarían los nietos de porcelana. Generalmente siempre he sido muy malo a la hora de odiar a algo, entre otras cosas porque soy muy despistado y a menudo se me olvidan los motivos que me empujaron a hacerlo. Cuando termine de desayunar, me retire a meditar a mi habitación. Sin querer me di cuenta que mis dedos marcaban el numero del terapeuta. Pero por suerte colgué la llamada. Hiperventilando me juré que no le llamaría jamás. Entre otras cosas, porque ahora era un niño bien peinado y autosuficiente.

Lastima, que la pantalla del ordenador me indicara que tenia correo nuevo, cuando me di cuenta abrí uno que en letras enormes daba mi sentencia.

THE SPRINGTIME IS BACK!

¡Mierda! La primavera estaba a la vuelta de la esquina. Y yo sin estar preparado para recibir sentimientos nuevos con toques veraniegos. ¡Estaba demasiado sumido en la tristeza Invernal! Y pensando en como podía deshacerme de un perro que era hueco por dentro.

Bajando las escaleras de tres en tres crucé mi calle y me fui corriendo calle abajo en busca de una respuesta.
Unos niños jugaban despreocupadamente ajenos a mis paranoias de niño histriónico “odia-perros-de-porcelana” fui en busca de un teléfono publico. Al introducir las monedas, me di cuenta que estaba loco en busca de una respuesta. No sabia que numeración marcar. Y mire indignado al teléfono. Estaba fuera de mí. ¡Esos niños habían desaparecido! Y yo no tenía una respuesta contundente. Alarmado me di cuenta de que esos niños que jugaban ya no estaban. Y es que hacia dos horas que estaba metido dentro de una cabina, mirando con cara de odio al teléfono. A veces la capacidad de reacción, en busca de preguntas sin respuesta puede llegar a ser preocupante.

Sin pensarlo me doy cuenta de que estoy dando espirales a una historia crónica en busca de algo que hasta antes de leer el mail ignoraba por completo.Mis converse rojas se estaban abriendo por el lado. No me gustaba correr. Siempre que lo hacia me daba un ataque de asma, eso si no me pisaba los cordones y me estampaba contra el suelo. Solo me faltaba eso. Caer de bruces y que lo viera la vecina cotilla. Ya tendría la exclusiva de que me emborrachaba dentro de cabinas de teléfono públicas. De ser asi, ambas se reconciliarían. Y llorarían juntas como buenas vecinas. Yo solo seria el plan B. Ese chico que no puede mantenerse sobrio los días laborales.
Volviendo confuso a casa, encontré una valla publicitaria enorme. Anunciaba vacaciones idílicas en Venecia, a precio de unos jeans de gama media. Y fue en ese momento cuando me alegre de no regalar nada a mis amigos, y gastármelo en mí. Cualquier decorador estaría de acuerdo conmigo; Una postal de Venecia viste mucho mas un recibidor que cualquier animal de porcelana.

1 comentario:

Pueblerino Cool dijo...

Los perros de porcelana son horribles. Bueno, en realidad todo lo de porcelana: las muñecas, los dientes, las uñas...

¡Un besote!